lunes, 8 de febrero de 2010

En los Arenales se pelean por el agua













Realidad. Los damnificados de El Arenal, como pueden, rescatan las pocas pertenencias que les dejó la inundación del pasado jueves. Foto: Marco rosales

“¿Traes agua?, pssst … ¡te estoy hablando, güey!”, grita desde el ventanal de su cuarto una menuda mujer con el pelo enmarañado.

Abajo, sobre el caudal que aún impera en la calle Acolhuacan de la segunda sección de la colonia El Arenal, los brigadistas contestan desde la caja de un camión de carga: “Pues baje.”

Acto seguido, un joven sale por la puerta principal arrastrando sus botas para no caer.

—A ver, cabrón, danos varias —exige, extendiendo los brazos.

—Sólo te puedo dar tres —se escucha desde el fondo del remolque.

—Ni madres, somos muchos y queremos más.

El tono del hombre robusto encargado de proporcionar los víveres a los afectados baja súbitamente:

—Entiéndeme, carnal, hay mucha gente que atender.

Para ese entonces ya hay una fila de gente atrás de este joven. Como si fuera requisito, todos portan short y playera; eso sí, con sus respectivas botas de casquillo.

Al roce entre el empleado del gobierno, identificado por su chaleco beige, y el escurrido joven se suma otro vecino que con un solo comentario pone fin a la discusión: “¿Quieres ver cómo los bajamos del camión y les ponemos en su madre?”.

El camión nuevamente avanza gracias a la cordura del chofer. Más adelante, en la calle Coxcox los gritos de la muchedumbre sedienta los obligan a detenerse. “¡Aquí, aquí!”, replica el sonido.

Por la agresividad de la gente y por el tedio de la labor constante, los brigadistas optan por aventar los paquetes de comida hacia las azoteas de las casas.

Allá arriba, hombres y mujeres, muchos de edad avanzada, hacen el papel de receptores; su inexperiencia provoca que las provisiones resbalen cayendo al fango. El caso se repite indefinidamente.

El río de aguas negras que afecta la zona de los Arenales se ha convertido en ríos de gente, que sin otra opción se aglutina en el campamento instalado por las autoridades locales.

Filas interminables para todo: para vacunarse contra la influenza A/H1N1 hay que formarse del lado derecho, para recibir jabón, papel y shampoo es junto a los baños y si se desea atención médica es hacia la parte de atrás, en los autobuses.

La variedad de vestimentas es marcada; los “suertudos” cargan hasta con el perico, literalmente; maletas, toallas y vivieres se adhieren indefinidamente al cuerpo.

Otros andan en sandalias y pants y cubiertos por una cobija a pesar del intenso sol que vino a sustituir al fuerte torrencial.

En los albergues el escenario se repite. Allí las preocupaciones son consoladas por la comida y sillas acondicionadas para quienes tomaron la decisión de abandonar sus viviendas.

Los salones del Conalep, ahora lugar de refugio, sirven de tendedero para la ropa mojada de quienes por alguna circunstancia tuvieron que regresar.

“De plano, yo me voy a casa de mi tía”, advierte una tímida mujer a su marido, quien se aferra a mantenerse al pendiente de su hogar.

El pase de lista es cosa común: “Regístrate si te sales de tu casa, también si quieres que rescaten a algún familiar rezagado entre los encharcamientos, así como para inventariar las pérdidas”.

El caso de Rafael Tapia es diferente, su casa, ubicada en la calle Xitla, ya no está anegada, ahora su prioridad es la limpieza.

Por eso se forma frente a los camiones que reparten artículos de limpieza, aunque no tiene agua ni gas. Él siente que las cosas vuelven a tomar su curso.

Muy cerca de ahí, un hombre bonachón, Omar Basurto, sale de la zona inundada junto con sus amigos Josafat Velásquez y José Luis Mendoza. Lo cuatro repelan, se frustran y acusan.

“El Marcelo y su gente no se apuran. No nos traen la comida a tiempo ni ayudan a los compas a salir del lodazal”, señala Omar.

Sus compañeros apoyan el reclamo con un movimiento de cabeza, mientras que el envalentonado joven revela que ya se tuvieron que robar unas lanchas de la Alameda Oriente para sacar a sus familiares.

—Tienen lanchas y camiones parados. Gente que no hace nada. Por eso mejor nosotros nos hacemos cargo.

Unos metros atrás del centro de mando instalado por el GDF los afectados caminan sobre las aguas negras, unos llevan comida y agua hacia su hogar, otros se guían con palos para no caer en alguna coladera. A su paso, las marcas del agua siguen a la vista, tanto en carros como en viviendas.


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